Me intriga entender qué ocurre en sus
cabezas, no sé si el odio les viene de experiencias de desintegración, rechazo y
marginación y cuando las emociones que emanan de esas experiencias negativas se
juntan con una ideología que justifica una respuesta violenta para dar salida a
ese odio, se forma una mezcla explosiva que nubla la razón, el sentido común, la capacidad de reflexión, de crítica y autocrítica, los sentimientos de
piedad.
Me intriga comprender la facilidad con
que los humanos llegan a creerse explicaciones mágicas a problemas humanos, al sentido de la vida o sobre la existencia del universo que son la base de las religiones, a partir de sueños, visiones u ocurrencias de determinados personajes de la antigüedad sin pruebas que demuestren los hechos ni la
naturaleza de esas experiencias “místicas”. Los protagonistas de esas
experiencias las interpretaron como revelación divina así sin más y así se
divulgaron esos casos llegando a convertirse en dogmas de fe que formando parte
de las leyes vigentes en estados teocráticos fueron y son todavía en algunos, causa de condena por blasfemia si se
manifestaba o se manifiesta que se puede poner en duda la veracidad de su
origen divino.
No comprendo como se puede pensar que
todo lo contenido en un libro considerado sagrado es verdad absoluta y que
todas, absolutamente todas las preguntas obtienen su respuesta en los
contenidos de esos libros. No comprendo como se pueden justificar historias, por muy descabelladas o incluso crueles y violentas que sean por considerar que respondían a la voluntad de Dios.
No comprendo cómo las personas humanas
pueden abandonar su capacidad de razonamiento y reflexión para entregarse a
creencias sin credenciales ni garantías demostrables de autenticidad. Y lo que
no es cuestión de comprensión sino que es absolutamente intolerable e inadmisible
es que además de los estados teocráticos totalitarios, haya personas por libre
o grupos organizados que maten a otras porque no creen lo mismo que ellos y se
propongan a base de terror imponer sus creencias e instaurar nuevos estados
intolerantes con la libertad religiosa y con todas las libertades individuales
y democráticas. Pretender imponer una fe, la que sea, a base de terror es una aberración
y un atentado a la dignidad humana y a los derechos humanos.
Son lógicos los esfuerzos contra las
injusticias, contra los abusos, contra las dominaciones, contra la explotación,
contra la marginación, la exclusión, la pobreza, la esclavitud, los tratos
desiguales… Pero matar por motivos
religiosos a los que no comparten la misma fe y para imponer una concreta de
forma forzada es lo más contrario a una lucha por la justicia, es precisamente
algo absolutamente injusto.
Quien quiera creer en los profetas que
crea en el que quiera, quien quiera creer en un Dios hecho carne, que crea en
lo que quiera, quien no quiera creer en ningún Dios que no crea, pero intentar
que los demás crean a la fuerza lo mismo que uno mismo es faltar a la libertad
a la que todos tenemos derecho.
Un estado laico debe velar por la
libertad y la seguridad de todos, ser absolutamente independiente de todas las
creencias, tratar a todos los ciudadanos con igualdad asegurando que todos
gocen de los mismos derechos y obligaciones de respetar las leyes democráticas
del país.